martes, 23 de noviembre de 2010

La visita


Aquella noche se desbordó el río y el terror de las tinieblas despertó. El frío, húmedo y sigiloso recorrió las calles solitarias de un pueblo invadido por la bruma densa. Los vecinos la sentían cerca, la vieron pasar como una sombra que dejó a su paso una estela de muerte y maldad. El ambiente era invadido por un olor fétido que consumía la vida de plantas y animales.


Ese ser venido de algún lugar se detuvo frente a mi ventana, yo me desperté y la miré, flotaba. Su rostro era monstruoso: su piel pálida que resaltaba las arrugas de la cara, su pelo desaliñado y su mirada… una mirada de odio y de dolor que me paralizaron. Bajé la mirada y distinguí en sus manos unas uñas largas, sucias y afiladas como las de una bestia. Atravesó el muro, su siniestra mano me tomó del brazo y ya no me soltó, intenté zafarme, pero no pude. Sin darme cuenta me envolvió con su manto blanco, quise gritar pero no pude, mi voz se ahogó paulatinamente.


Mi cuerpo se desintegró y sólo quedaron mis huesos que cayeron sobre la tierra mojada. Mientras, para saciar su sed de venganza, busca a otro ser indefenso gritando con infinita aflicción: "¡Hijos míos, pobrecitos de ustedes! ¡Aaaaay!"......


Es todo lo que recuerdo. Ahora me voy, mi madre me llama.


Texto de: Alex Guzmán